Diario del Camino Mozárabe. Alcalá la Real. La voz del Camino.
"Todas las cosas sencillas habían encontrado su voz" (Años Luz) James Salter
Alcalá la Real. Apartamentos “Casa Marisa”. Viernes 25/10/2024 (21:00 h)
Cada amanecer el camino es una promesa, un día que se abre a lo inesperado. “Good morning, a new day” me saluda Simone al despertar todas las mañanas. Y razón tiene, un nuevo día, una inquietud que tienes que llenar y a ser posible con sorpresas agradables. Simone es mi “yang”, una fuerza sin complejos que anula mi bloqueo sobre mí mismo; mi derrotismo o mi sentido trágico de todo lo que me sucede. Me arrastra con toda su energía, vital y primitiva, sin tener dudas de que “Nothing’s impossible” como me repite a menudo, contagiándome de sus ganas de disfrutar de esta aventura, decidida a luchar y llegar. Siento que estoy en buenas manos, mi “yin” queda completo y equilibrado. Es cierto cada día es un “new day”, se puede recomenzar de nuevo.
Nuestro desayuno es también hoy de sobras, restos de mochila les llamo yo. Y salgo con ganas de recorrer esta etapa que nos lleva a la provincia de Jaén; no nos damos cuenta, pero en el camino cruzamos fronteras que no son solo imaginarias. Granada es una música en el recuerdo y Jaén una promesa de nuevas sensaciones.
Presiento que estoy abusando de mi suerte, la etapa de hoy es prácticamente de veintidós kilómetros. La subida de ayer a Moclín fue dura y mi rodilla se ha resentido, lo sé, hay un ligero dolor, como cuando unas nubes, al principio aparentemente inofensivas, se van acumulando y presientes una tormenta.
Sea como sea, salgo de Moclín por una pendiente pronunciada entre un panorama teñido por la luz del alba y un paisaje de olivos. Una monotonía que no fatiga la vista, sino todo lo contrario, llega como un prodigio, un entendimiento entre la naturaleza y el trabajo, el sudor de siglos acumulado en estas tierras; preguntádselo sino a Miguel Hernández y os contestará con su poema, un desgarro en el alma para comprender esta maravilla y este espectáculo de belleza.
Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?
Una pregunta que tiene respuesta.
Alterno los caminos de tierra y la carretera de asfalto durante algunos kilómetros, hasta que llego a un triple cruce de caminos. Las señales aquí se multiplican, han sido tantos los peregrinos que se han extraviado que han reduplicado las indicaciones. En este punto comienza una subida que parece interminable, hasta que termina al cabo de un esfuerzo y de una paciencia por no desistir. Hasta mí llegan ruidos de trabajadores del campo, la temporada de recogida de aceitunas está cerca y preparan los olivos para esa labor, “andaluces de Jaén…”
Pero me siento bien, siento que estoy en el camino, empapándome de ese paisaje, recorriendo pueblos y descubriendo que soy un peregrino en el camino, en el único Camino que es la vida y que la estoy viviendo. El descenso pasa por un bosque, un lugar arbolado, idílico y sombreado. Al final de esta pista, llego a la carretera nacional, donde es obligado un trecho de unos kilómetros caminando por el arcén, mientras coches y camiones pasan a toda velocidad, un sonido que rasga el aire y una estridencia en la calma que he tenido hasta ahora. La distracción de un conductor podría tener consecuencias nefastas para mí, un descuido y puedo acabar hecho literalmente papilla.
Al dejar la carretera nacional encuentro la frontera autonómica con Jaén, un cartel nos lo advierte, por lo demás todo parece igual, una continuidad en los campos, el verde de los olivos y el polvo del camino es el mismo. Otra subida, retorcida, hacia un conjunto de edificios sobre la colina. Se trata de Cequia que con Aldea Nueva, a poca distancia una de otra, son las únicas poblaciones que encontramos en todo el recorrido. La parada es obligatoria.
A la entrada del pueblo veo una terraza en lo alto, un bar abierto, “El Hogar”. Al entrar, el encargado me invita a salir y a disfrutar de la terraza, donde me instalo y desde donde contemplo la totalidad de la panorámica por la que he llegado. El propietario del bar me cuida con esmero, un racimo de uvas extra me llega a la mesa sin pedirlo. El buen corazón que los peregrinos tantas veces encontramos en el camino.


Mientras espero que aparezca Simone, llega un peregrino joven, español, de aspecto deportivo, reservado, con el que solo cruzo un “buenos días” y al marchar “buen camino”. Durante un rato, estamos los dos sentados en las mesas de la terraza a apenas unos metros el uno del otro sin decir palabra. Por mi parte no tengo interés en entablar conversación, puede que pase por ser poco sociable, pero no vengo al camino a hacer vida social o a chismorrear sobre la vida de los demás, tampoco él hace nada para iniciar una conversación. Sobre las relaciones sociales en el Camino se podría escribir un tratado, pero la norma general según mi experiencia es que hay que ser prudentes a la hora de “asociarte” con otros o formar un grupo. He tenido algún que otro fracaso en compañías que al final no han sido muy agradables y el camino puede hacerse largo. Abandonar el grupo es la alternativa, pero no queda bien y siempre están por ahí los compañeros de los que te has desligado. Aunque también puede ocurrir lo contrario, que encuentres el ajuste perfecto en ese peregrino en que te puedes apoyar o que lima tus deficiencias. Isidro en el camino de la Plata y en otros que hicimos era un acicate para las etapas que subían a más de treinta kilómetros, además de ser un magnífico planificador; no tenía que preocuparme de cuál sería nuestro próximo alojamiento. Y sin ir más lejos en este, en el Mozárabe, disfruté de la compañía en el comienzo de Paco, Pepe y Fernando. Aparecieron cuando más los necesitaba, en Santa Fe de Mondújar, para enfrentar juntos los cerros que me sumían en la duda de si podría superarlos. Soy un lobo solitario, aunque en este camino Simone, por suerte, es la excepción.
En cuanto al peregrino misterioso, me basta saber que compartimos el mismo camino, que nuestras mochilas son una comunión silenciosa que no necesitan palabras. Probablemente, él es quien se alojaba en la casa rural situada más en el centro de Moclín. Cuando ayer íbamos a la compra de comestibles con Simone y pasamos frente al albergue, me hizo reparar en un tendedero donde había prendas deportivas de ropa secándose al sol.
“Hello, Miguel!”, me lanza Simone cuando entra en la terraza. Se apunta a la fiesta, encarga un bocadillo de jamón y una limonada, conversamos con el dueño del bar, bromeamos, comentamos el espectáculo de olivos que estamos contemplando. “Nueve millones de olivos en la provincia de Jaén” nos hace saber el propietario del bar y acompaña sus palabras con el gesto de su brazo que lo abarca todo. Estos momentos compensan los esfuerzos que has hecho y los padecimientos que he tenido que soportar hasta aquí. Son momentos perfectos, para congelarlos y dejar que el tiempo no los mancille. Pero el tiempo no perdona y tengo que seguir. Dejo a Simone, feliz con su tostada y su limonada. Estoy solo a mitad de la etapa de hoy.
“Todas hieren, la última mata” es un dicho antiguo, se refiere a las horas, todas las horas de nuestra vida nos hieren, nos desgastan, pero las últimas, la última, es la que nos mata. Para mí las horas son los kilómetros. Los últimos son mortales. Y hasta que llego a Alcalá la Real soy como un depósito que se va vaciando y va perdiendo la energía. Un largo camino sin fin me lleva hasta la entrada de Alcalá la Real, con su castillo en la cima de un montículo; llego como una sombra vacilante. Busco el apartamento que hemos reservado, “Casa Marisa” y espero a Simone, que se ha parado a comprar comestibles para la noche, sentado en un banco de una plaza. Unas nubes que nos han estado amenazando descargan una lluvia recia de golpe, tengo que buscar refugio, “nos vemos en el albergue” le escribo a Simone.
Las horas siguientes a la llegada al apartamento son un fundido en negro, una desconexión de la realidad, me sumo en un sopor y me acuesto en la cama. Despierto al cabo de dos horas de un sueño profundo. Parece que he recobrado fuerzas. Simone me pregunta, pero tengo que mentir, estoy bien, no quiero preocuparla. Y probablemente esté bien, no tengo dudas. El cuerpo dicta las reglas de juego, y el mío me envía señales de aviso. Pero mañana estoy dispuesto a seguir, llegamos a Alcaudete, no quiero tirar la toalla, es el pueblo donde nació Carmen, mi mujer, y quiero llegar con toda la entereza posible. Las derrotas no hay que facilitarlas, hay que lucharlas a brazo partido, nadie sabe hasta dónde puedes llegar si pones empeño en ello. El camino es esa prueba, un pulso con las dificultades, a veces en condiciones desiguales. Yo sé muy bien quién va a ser el ganador, sin duda la fatalidad que a todos nos persigue, pero el camino no va a traicionarme. Siempre te da una nueva oportunidad, de hecho este camino Mozárabe lo es. Es la voz de mi deseo hecho realidad en el límite de sus posibilidades. Siento una infinita gratitud, por esas cosas sencillas que han encontrado su voz aquí, en cada momento y en cada amanecer.
Simone llega de la cocina con una ensalada de yogur y fruta. Me obliga a comerla, dice que tengo que reponer fuerzas. Tengo el estómago cerrado, pero le ha salido la entrenadora de natación que lleva dentro y es imposible negarse. Bendito “yang”.
El día que comenzó con un sol radiante se ha ido nublando y ahora cae una lluvia espesa que resuena en los cristales. De pronto parece que la noche se ha hecho más oscura, algo amenazante está ahí afuera, aunque nosotros disfrutamos del calor y el refugio de nuestro alojamiento. No creo en los avisos del destino; sin embargo, como dicen los gallegos, quizá “haberlos haylos”.
Vaya viaje que estás haciendo... el camino de Santiago tiene algo de mágico quizá por la cantidad de peregrinos que lo transitan. Preciosas fotografías.