Diario del Camino Mozárabe. Baena. Solo la luz.
“Por la mañana, la luz llegaba en silencio. ” Años luz, James Salter.
A las diez tengo que tomar el autobús en la estación de Alcaudete. Se me hace extraño despedirme de Simone y pensar que en veinte minutos voy a recorrer en el autobús los veintitrés kilómetros que a ella le costarán varias horas. Siento como si la abandonara, o como si traicionara no sé qué pacto nunca escrito. Hoy es un día diferente, el primero en todos estos años de caminos en los que tengo que recurrir a un medio de transporte para cubrir una etapa. Me siento un poco como un animal abandonado a su suerte, o con un futuro incierto, desconocido, un reo pendiente de que el destino dicte su sentencia.
Hasta las diez dispongo de tiempo para llegar a la calle Melojo y rendir tributo a la casa donde nació Carmen. Pero primero me detengo a desayunar en “Los Zagales”, una churrería concurrida que pone a mi disposición lo que ahora necesito: café y unos churros descomunales. El día está todavía un poco nublado, el castillo sobre el cerro que domina el pueblo desaparece entre una niebla de nubes bajas, pero cuando he llegado todavía era visible.


Me adentro en las calles del pueblo, otro entresijo de callejuelas que en ciertos momentos tiene rincones entrañables, una casa de estilo colonial, un monumento a las mujeres que procesionan con sus mantillas, descalzas. Alcaudete me sorprende, fue una población herida; hace años que se ha recuperado y ahora parece próspera. Sin embargo, la familia de mi mujer sufrió esos tiempos de escasez y miseria, mi suegro tuvo que luchar y pelear como emigrante en Bilbao, en Barcelona, en Alemania y finalmente en Palma de Mallorca. Años de viajes con una maleta de cartón, de lejanía y distancia con la familia, de cartas que portan noticias y finales convencionales, “y sin más se despide este que es tuyo”. Don Carmelo, como yo siempre lo he llamado, es una época que me conmueve y me causa ternura cuando la evoco. “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos…”
En el autobús me siento como un viajero más que esconde el misterio de su viaje y se mezcla con otra gente en ese ritual de la espera y la complicidad callada. El autobús llega hasta Granada, y todos los que viajamos tenemos nuestro destino, motivos desconocidos para estar aquí, llegar a alguna de las poblaciones de este recorrido buscando un reencuentro, o una cita, o unos días para descansar, quién sabe. Me doy cuenta que en tras cada uno de los viajeros de este autobús se esconden historias que jamás serán contadas. Junto a mí, sentada una joven de unos veinte años escucha música con sus cascos puesto. Compartiremos unos minutos este trayecto, después cada uno seguirá su vida y probablemente jamás nos volvamos a encontrar. Caminos que se cruzan y se pierden.
Al llegar a Baena a la estación siento que soy un huérfano que se encuentra con la ciudad, he llegado a su corazón sin tantear los límites, sus arrabales, sin dolor, esas calles que se van convirtiendo en ciudad y dejan de ser naturaleza, no he tenido una transición para saborear el acercamiento, lo percibo como un encuentro forzado. Sobre la loma más alta se alza la iglesia y por sobre todo el cielo, un panorama como de navíos que viajan en un mar azul, las nubes. Una imagen me viene a la mente, Simone en el camino, obstinada con su mochila a cuestas; ya me ha enviado algunas fotos, tal vez para que haga mía esa ausencia de hoy, esa posesión de un paisaje y un destino que hoy no me pertenecen.
Me dirijo a la pensión donde tenemos la reserva, pero es demasiado pronto, hasta las doce no abren el registro; la conserje me mira como a un novio que aparece con mucha antelación a su boda. Me consuelo esperando en una explanada de un establecimiento junto a la iglesia donde se celebra una fiesta. Parece un cumpleaños, hoy es domingo, la felicidad se desborda en esas familias que encuentran una complicidad para seguir compartiendo esa satisfacción por todo lo que la vida les ha regalado. Cuando llegue Simone tiene que aparecer por esa calle que es la entrada a Baena para los peregrinos.


Por delante de mí tengo unas horas, preveo que Simone llegará sobre la una y son las once, las campanas de la iglesia repican llamando a la misa. La gente acude, incluso llegan policías uniformados de gala cogidos del brazo de sus esposas, el ambiente es festivo y parece que hay una celebración con las autoridades de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Me asomo a la iglesia y entro, el sacerdote está saludando a los presentes y en especial a los agentes que ocupan los primeros bancos; al cabo de un rato siento deseos de salir. En el interior del templo resuenan las palabras algo forzadas, resultan muy convencionales, me parece que soy un intruso que se ha colado en una fiesta sin invitación, discordante con lo que se celebra en este lugar, un personaje que se ha equivocado de comedia. Fuera de lugar me vuelvo a la explanada junto al templo, a esa otra fiesta que es todo lo contrario de la ceremonia que transcurre en el interior de la iglesia, aquí hay niños jugando y gritando, madres que corren tras ellos o charlan animadamente entre sí. La vida en toda su extensión. Creo que este es mi sitio hasta que aparezca Simone.
Baena tiene un conjunto histórico en lo alto de esa colina de la ciudad, pero yo no estoy demasiado eufórico para hacer turismo. Hoy llevo una derrota tatuada en mi piel y mi consuelo es simplemente esperar a que mañana esté restablecido y pueda volver al camino como un peregrino normal y corriente, sin trampas y cartas marcadas.
No hay nada que nos advierta de cómo será nuestro futuro, excepto la luz que nos llega en silencio y nos precede. Nuestras inquietudes quedan sembradas en su transparencia, nuestros deseos se funden en su quietud y permanecen como niños dormidos en su cuna.
El camino nos habla en su luz sin decir nada, sin estridencias, su presencia es elocuente y solo hay que aguzar el oído para entender su mensaje. Me siento vacío y el vacío es un perfecto mensaje para saber que tengo en mis manos toda esa riqueza vivida, derrochada sin mesura, generosa. Y hoy no dudo de que soy un privilegiado en mi derrota por sentir este vacío con esta luz que colma todas mis preguntas.
Como siempre me despierta de mis sueños y de mis divagaciones, la voz, enérgica y consoladora de Simone detrás de mí, “Heloooo Miguel”. Me ha sorprendido, soy un ladrón descubierto inoportunamente, acechando en un lugar equivocado. Simone no ha llegado por donde yo la esperaba, igual que la luz y la demora de estos días. Si la vida no es así, se le parece. Hacía mucho tiempo que no me había sentido tan vivo como hoy en mi debilidad, perdido en una sombra del camino repleta de luz, como una muerte prematura y esperada.
.....pero siempre en el Camino.