Diario del Camino Mozárabe. Córdoba la llana.
"El cielo está bajo nuestros pies, tanto como sobre nuestras cabezas". HENRY DAVID THOREAU
Córdoba. Apartamentos Patio de las Palmeras. Miércoles 30/10/2024 (21:30 h)
Por las noticias de televisión que hemos visto durante la cena de anoche nos damos cuenta de que la lluvia de ayer no ha sido un suceso más en un día cualquiera, ha sido una catástrofe en zonas donde el agua ha arrasado poblaciones y ciudades. Nos llegan noticias e imágenes que nos impactan. Esta mañana las previsiones aquí en Córdoba siguen siendo de lluvia, parece que moderada, pero es previsible que los caminos estén imposibilitados por el barro y los encharcamientos de la lluvia de ayer.
Simone tiene un debate interior de si partir o no, ya lo discutimos ayer noche durante la cena, y hoy a pocas horas de salir, sigue deshojando la margarita, algo como puro Shakespeare “ser o no ser”. Quiere tomar un camino alternativo por la carretera nacional, una locura que la expone a tener algún imprevisto. Son muchos kilómetros caminando por el arcén, mientras cerca de ti pasan los coches como bólidos. Finalmente cede y decide llegar a Córdoba conmigo en el bus. Se repite una y otra vez que no tiene alternativa, como si tuviera que justificarse, le da la sensación de que traiciona alguna promesa hecha, alguna palabra dada. Lo comprendo, yo también lo he sentido estos días pasados.
El bus tiene una llegada aproximada sobre las diez cuarenta y cinco. Y acude puntual a la cita. Siento otra vez esa comodidad de que voy a llegar a un lugar sin sufrimiento, sin ganártelo con tu esfuerzo. Sentados en nuestros asientos, Simone parece un gato enjaulado, mira por la ventanilla, busca expectante posibles peregrinos que estén en el camino que transcurre paralelo a la carretera. Iñaki ha salido de madrugada. Al bajar de nuestras habitaciones para el desayuno, la llave de su habitación estaba ya sobre el mostrador de recepción. El chico del norte no se amedrenta.
Nuestro autobús nos deja en la estación de Córdoba la llana, un recuerdo se me aparece en mi mente, cuando con Carmen llegamos en el mes de mayo y desde la estación de tren que está frente a la de autobuses tomamos un taxi al hotel donde nos habíamos de alojar.
Nuestro día es lluvioso, aunque no acaba de llover, pero amenaza, cruzamos la plaza de “Las Tres Culturas” entre gente y vamos hacia el parque del “Duque de Rivas”.
Córdoba se me hace entrañable, la llevo tatuada en mi memoria desde la última estancia, no necesito consultar Googel Maps, vamos directos hacia la Mezquita - Catedral a sellar nuestra credencial, el último sello para mí, es la primera obligación del peregrino. Además es la primera visita que debes a esta ciudad, el primer tributo, el impacto visual más directo.
Hay algo por encima del silencio que significa un logro personal, no es el vacío, es una conquista distinta, un pensamiento desgajado del resto de sensaciones, como cuando llegas a la cumbre de un imposible y tienes que comprobar que eres tú y no otro quien esta ahí, quien siente, quien habla y que nadie te suplanta. Hay un momento en todos los caminos que es el equivalente a llegar a la cima soñada, en el tiempo lejana y ahora a tu alcance, la posees, es tuya o quizás seas tú el que has sido poseído y te has diluido en todo lo que te rodea, te has convertido en materia que se funde con materia, la que pisas y está bajo tus pies, la que te envuelve, la que no puedes ver pero la llevas en algún registro secreto de tu memoria. Eres uno contigo mismo. Como alguien que está en perfecta sintonía y no necesita justificar nada, decir nada, sentir nada. Así es como he llegado a Córdoba.
Como suele suceder en el camino, las casualidades se convierten en rutinas, encontramos en el Patio de los Naranjos un grupo de peregrinos de cuando estuvimos en Quéntar, ese día nos saludamos y dejamos la posibilidad de vernos en Córdoba, pero no hubiéramos imaginado que con solo llegar ya estuvieran allí, como si nos esperaran, el camino tiene estos deslices que te hacen sospechar que no son casualidades.
Sellamos nuestra credencial en una caseta de venta de boletos para las visitas a la Mezquita-Catedral, en pleno patio de los Naranjos, el encanto de esta ciudad empieza a hacer mella en Simone, la noto que está como embrujada. Como remate le sugiero que podríamos comer algo que nos ayude a llegar a la noche para la cena. Conozco un sitio de tortillas de patata increíbles y vamos para allá. La tortilla de este establecimiento es el equivalente a un rascacielos en el mundo de la tortillas. Una ración nos deja servidos para llegar a la noche.
Nos dirigimos a nuestro apartamento, cerca de la Puerta Nueva, y en el camino encontramos la emblemática Plaza del Potro, con su fuente, con su historia, con esa pátina de tiempo que da a esos lugares un hálito sobrenatural. Córdoba va destilando su hechizo y va apoderándose de nuestra voluntad, como si conquistara nuestra alma y lograra que formáramos parte de ella, de sus piedras, de sus calles, de esos rincones, de esas plazas que parecen aguardar tu llegada.
Enfilamos la calle de Alfonso XIII y al final encontramos los Apartamentos Patio de las Palmeras. Es donde Simone ha reservado para dos noches. Yo tengo billete de avión para pasado mañana, y Simone queda otro día más, el día uno se ha citado con una amiga suya holandesa que vive en Málaga y que vendrá a visitarla, luego sigue hasta Mérida. Tenemos plan para estos días, pero lo primero de hoy es organizar la cena, la colada y la rutina de cada etapa. Tengo la impresión, ante la inminencia de mi partida de que eso es lo que voy a añorar cuando regrese a Palma, esta forma de vida que solo se preocupa por las necesidades elementales que son las imprescindibles para tu vida.
Aprovechamos la cocina y preparamos un arroz que Simone confunde con una paella. No quiero decepcionarla, al menos tiene algún parecido con la auténtica. Y así llegamos al final de esta jornada. La última para mí como peregrino, si se me puede aplicar hoy todavía este término, aunque haya llegado en autobús.
Mañana me voy a despojar de los atributos que me califican como tal, retiraré la concha de mi mochila que colgué en Almería, me parece ya una eternidad y la credencial que guardaré a buen recaudo en un plástico. Es la forma que tengo de dejar atrás esta condición privilegiada de esa vida que yo denomino errante. El final define el principio. Aquel que fuiste en ese día que comenzó el camino ya no existe, no eres tú. En tu lugar hay otro, el camino es esa transformación que te convierte en algo distinto, más sabio, menos prudente a la hora de vivir sin reparos los desafíos para sentir que eres feliz y afortunado por todo lo que has encontrado en tus días de peregrinaje, rostros, lugares y recuerdos que no quieres borrar de tu memoria.
Sí, mañana despertaré extrañando coger mi mochila, programar la etapa, sentir que por delante tengo una distancia de kilómetros y algún dolor que llevarme a la boca. Ya no podré abandonar un lugar ansioso por descubrir otro, lanzarme con unos ojos ávidos por reconocer y sorprenderme de la ancho e infinito que es el mundo. Mañana me despojo de mi rol de conquistador de emociones, de descubridor de nuevos horizontes. La ley del camino. Todo tiene su final y este es el mío. Mi camino termina aquí y solo puedo tener la esperanza tensa de que seré capaz de volver dentro de unos meses.
Bajo mis pies quedan rastros de polvo, de barro, de sueños y de esperas. Ninguno de ellos me ha decepcionado. Como un espejo el camino ha sido el reflejo de este cielo, de mi pensamiento, del ansia por poseer esos retazos que en la vida sabes que son auténticos y reales. He tenido una gran suerte, he podido sentir una vez más la caricia de una madre, el camino es ese espejo que nos devuelve a nuestro auténtico origen.
El Camino es la Vida. :-)
Un saludo, Miquel.
Casualidades y causalidades... parecidas y tan diferentes.
Me gustó mucho el final y me dejó inquieto