Diario del Camino Mozárabe: El claro de luna en Guadix.
"Se viaja por una noticia o por una imaginación, por oír cantar un pájaro o por amanecer un abril en Carcassona" Álvaro Cunqueiro (Viajes imaginarios y reales)
Guadix. En el albergue “La Casona de la Luz” jueves 17/10/2024 (21:00 h.)
Dejamos Antonio (el de Ronda) y yo el albergue de Fiñana cuando despunta el día. En alguna parte de la sierra está lloviendo, hay un arco iris dibujado en el cielo, como una pincelada gigantesca de algún artista invisible. Voy con Antonio y comentamos mi decisión de llegar a Córdoba, él conoce este trayecto. “Todas las etapas son parecidas”, me dice, “olivos y más olivos hasta que llegas al final y encuentras un pueblo con un castillo en lo alto”. Su acento rondeño es característico y particular.


Al cabo de poco de haber salido de Alquife aparece Jerez del Marquesado, al otro lado de un valle por donde desciende el camino y se atraviesa una cañada para luego volver a ascender hacia el pueblo en una pendiente considerable. La etapa de hoy es de veinticuatro kilómetros hasta Guadix, una población más grande que los pueblos que hemos venido encontrando y más pequeña que una ciudad como Granada o Córdoba.
En Jerez del Marquesado reencuentro a Antonio (el de Ronda), trabaja en un reportaje según me explica, va y viene constantemente buscando rincones y motivos para fotografiar. Lo dejo con su labor y al salir del pueblo, el camino vuelve a ascender. Es tierra de minas y no lejos se pueden ver antiguas instalaciones de minería. Las vistas son panorámicas, el pueblo queda atrás, a lo lejos Sierra Nevada y más allá toda la extensión del camino que recorrimos ayer.


En la cumbre de este monte por el que asciende el sendero llego a un collado y a una carretera asfaltada, ahora el paisaje se ha convertido en un bosque de pinos de tamaño considerable. Desciendo y al final de esa carretera hay un embalse y un área recreativa. Una parada para reponer fuerzas y sigo por tierra llana, ya hacia Cogollos de Guadix, donde espero, como cada día, que pueda tomar un café y una tostada en algún bar abierto si lo hay. Lo hay y al cabo de un rato de estar allí con mi café y mi tostada, aparece Antonio que sigue fotografiando murales pintados en las paredes de algunas calles y desaparece. Poco después veo pasar a Simone que se sienta en un banco de la plaza y comienza ese ritual de prepararse un bocadillo de tamaño considerable. Simone evita poner los pies en un bar siempre que puede, cree que no es normal ir por la mañana a desayunar a un bar, no al menos en Holanda.
Ahora el camino es un ligero descenso y luego una pista hasta Guadix. Algo más que diez kilómetros que me prometo fáciles, pero me equivoco. El camino se hace monótono, largo y agónico, los últimos kilómetros transcurren por una pista polvorienta encajonada entre dos elevaciones como muros espaciados a ambos lados. Al final de la pista, cerca ya de Guadix, empiezan las casas-cueva. Ya las hemos encontrado en otros pueblos pero Guadix es la ciudad de las casas-cueva. No es gratuito que entre por el Barrio de las Cuevas una vez que hemos pasado por un desfiladero que se abre con una panorámica de la ciudad.


Siento los kilómetros en las piernas, pero esto se acaba y tengo que seguir hasta que encuentre el albergue: “La Casona de la Luz”. Nos lo aconsejó Paco, que junto a los otros dos compañeros nos van por delante. El sábado tienen previsto llegar a Granada.
A punto de llegar al albergue, encuentro a Antonio. Va cargado con unas bolsas de comestibles. Tres apariciones y otras tantas desapariciones de este compañero en una mañana. Empiezo a sospechar que esa va a ser la tónica con él.
El albergue es en efecto una casona arreglada cargada de siglos y de historia, como nos cuenta su dueño. Está completo según reza el cartel de la entrada y parece un asilo de gatos, al menos a mí me lo parece por el recibimiento que me hacen en el portal al llegar.


Cuando llega Simone ya he terminado mi ritual de fin de etapa, ducha, colada, y un pequeño refrigerio en la cocina que está bien aprovisionada de té y café. Simone me comenta que ha encontrado a Corinne y que se aloja en una casa-cueva. Es una buena noticia que siga en este camino superando las dificultades.
Ahora nos queda arreglar la cuestión de la comida. Intento convencer a Simone de que vale la pena en una ciudad como esta ir a un restaurante a probar alguna especialidad. Paco también nos aconsejó uno que se encuentra no muy lejos del albergue “El Liceo Accitano”, cerca de la catedral que además podríamos intentar visitar. El problema es que en el restaurante la cocina abre a las ocho y Simone es de cena pronta, como más tardar a las seis y media. Pero accede y quedamos que nos encontraremos a las siete frente a la catedral mientras yo voy a dar un paseo por el centro de Guadix. Al poco de salir noto que la tarde ha refrescado y me arrepiento de no haberme abrigado mejor, el viento frío se hace notar en las calles y yo voy con los pantalones cortos, los largos, los únicos que tengo, están secándose en el tendedero del albergue. Pero aguanto y a las siete aparece Simone tal como hemos quedado frente a la catedral, el problema es que la catedral ha cerrado y solo podemos visitarla por el exterior. Empieza a anochecer y nos hemos quedado sin plan, así que propongo ir a una cafetería que hay frente al restaurante y tomarnos un té con alguna pasta hasta que sean las ocho.


Al cabo de un rato aparece Antonio en la cafetería y nos saluda, no comprendo cómo nos ha encontrado, estamos en una de las dependencias interiores y es imposible la visión desde la calle, a no ser por una abertura inferior que deja ver mis piernas a los transeúntes. Al pasar frente al local, Antonio se da cuenta que alguien en el interior está con pantalones cortos y con este frío deduce que solo puede tratarse de un peregrino, así que va a investigar y se encuentra con nosotros. Cambio de planes, Antonio ha quedado citado con un tal Paco que tiene un sello de cera (en relieve), como antiguamente se sellaban con lacre los documentos, o algo así.


Han quedado a menos cuarto y nos parece bien. Otra vez frente a la catedral esperamos y llegan los catalanes, Joan y Rafael, con Paco el de los sellos de cera. El encuentro frente a la catedral deriva en una disertación sobre la historia de Guadix, del Camino y la leyenda de Santiago. Yo en pantalón corto y el viento frío. Miro a Simone y noto que también pone cara de circunstancia, sobre todo porque no entiende la explicación en español, intento traducir lo que puedo con mi pobre inglés. Por fin termina y vamos todos al restaurante donde tenemos intención de cenar, ellos para lo del sello, nosotros para comer algo. No llevamos la credencial encima así que Paco (el de los sellos de cera) no podrá ponernos el susodicho sello. Sentados en la misma mesa Simone y yo encargamos una ensalada de queso de cabra, mientras el resto se dedica a seguir escuchando las explicaciones de Paco. Y así hasta que acabamos de cenar y Paco termina sus explicaciones, con un final que incluye una foto del grupo.

Nos despedimos agradecidos a Paco por su sellos, que nosotros llevamos pegados en un salvamanteles de papel para luego ponerlos en nuestra credencial y cada uno marcha a su alojamiento.
Y de regreso, ya de noche, con el viento frío y las nubes que viajan como algodones colgados en el cielo estrellado, caminamos hacia el albergue bajo el claro resplandor de la luna. En la noche en calma de Guadix, en el silencio de la calle, por sobre las emociones y las vivencias de hoy, esa luz difusa y tenue me compensa el esfuerzo de los kilómetros recorridos y me ayuda a comprender por qué soy un nómada y amo esta vida errante. El momento de paz, quietud y belleza que he sentido en ese instante es en realidad el único sello que quiero para todo este día.