Diario del Camino Mozárabe. Moclín, los caminos también mueren.
"These are the days now that we must savour And we must enjoy as we can". Van Morrison (These are the days)
Moclín. Casa rural El Higueral. Jueves 24/10/2024 (16:30 h)
No siento ninguna tristeza al abandonar este albergue de Pinos Puente, si se puede llamar así, al recinto que nos ha alojado. El camino está delante de mí, en lo todavía por venir, en lo todavía no conquistado con mis pasos titubeantes. A medida que avanzo es como si poseyera los lugares por los que trascurre mi itinerario, como un algo que incorporo a mis sentidos, un poso que va quedando para el recuerdo. Una resistencia vencida, allanada como una amante que has seducido con solo tu presencia. Me parece que al caminar la tierra me abraza.
Un mar verde de olivos se extiende hasta los límites de la vista, esa es la impresión que en el comienzo de hoy tengo sobre la carretera que sale de Pinos Puente. Mire donde mire no hay más que una extensión infinita de olivos, interminables como una eternidad soportable.
No ha sido fácil salir del pueblo. Hemos querido ir al ayuntamiento a sellar nuestra credencial, completar así la firma de Lolo, llenar nuestra casilla con algo más que una rúbrica; el sello del ayuntamiento es el trámite que justifica nuestro paso en la etapa. Y luego he buscado un bar para desayunar con café y tostada. Simone juega en la liga del yogur con fruta y no sufre estas dependencias. No sé si he equivocado el establecimiento, pero mi entrada en el bar ha sido como esas escenas de las películas del oeste, cuando aparece un forastero y todo el personal interrumpe su conversación y se le queda mirando. Pongo cara de peregrino y procuro que se vea la concha que llevo colgando de la mochila. Me parece que he tranquilizado a la concurrencia.

Atrás queda Pinos Puente, los recelos y las suspicacias y el camino me vuelve a invitar, se hace amable y presiento que nos ofrecerá más de una sorpresa, estoy convencido, el día acaba de empezar. Como otras veces, al cabo de unos kilómetros, encuentro a mi compañera, sentada en un pequeño muro que delimita una partición de tierras. Comentamos los incidentes de este inicio de etapa y comparte conmigo un poco de fruta que lleva en su mochila. Mientras estamos conversando divisamos un peregrino; se acerca con paso rápido y enérgico. Se para cuando llega a nuestra altura y nos saluda, dice llamarse Daniel, francés de Clermont-Ferrand, de unos sesenta y algo de años llegando a setenta, enjuto y fibroso de carnes, es jubilado me confiesa. Lleva una esterilla colgada de la mochila, señal de que en ocasiones debe dormir a la intemperie, sin acudir a un albergue. Ha salido esta mañana de Granada y piensa llegar a Alcalá la Real. ¡Son tres etapas! Le pregunto por qué tiene tanta prisa y me dice que quiere llegar cuanto antes a Santiago. Me invita a ir con él hasta el siguiente pueblo, le agradezco la invitación, pero le hago saber que voy solo, que no le haría un favor acompañándole. Sigue su camino decidido y desaparece tras un repecho. Una aparición fugaz y una partida súbita, como un acto de magia donde de improviso hay un vacío en lugar de una persona. Simone y yo nos miramos, ningún comentario, pero me acuerdo de esa filosofía del camino que consiste en “no llegar”. Retomo la pista de tierra polvorienta por la que he llegado y dejo a Simone en modo Simone. Al fondo de este valle, me está esperando Olivares.
Hasta aquí, hemos alternado la carretera con unos desvíos entre olivos, las vistas son magníficas y vamos hacia nuestra primera y única población en esta etapa, desde donde tomaremos la ruta vertical, la mortal subida hasta Moclín. Espero sobrevivir a la prueba, ya no tengo los miedos de los primeros días, pero eso no significa que me pueda confiar.
Desde Olivares vamos a tomar una pendiente que en cuatro kilómetros de distancia sube de los seiscientos y pocos metros a los mil. Aun así, antes nos tomamos un respiro, tanto Simone como yo vamos a reponer fuerzas; sin embargo, no nos entendemos y acabamos en establecimientos diferentes, yo quedo en el bar “Las Vegas” que se encuentra en la entrada del pueblo y Simone sigue hasta “La Fonda”, quiere probar una especialidad; me ha parecido entender que ha leído una recomendación sobre las berenjenas con miel de caña de este establecimiento.


La pista que conduce hacia Moclín está bien señalizada, de hecho es una ruta de senderismo que en algún punto se diferencia del camino que tomamos los peregrinos. Es una pendiente para tomársela con calma e ir descubriendo pequeños rincones que te van sorprendiendo, una pequeña ermita, un mirador con una silla de hierro. En el camino voy encontrando grupos de excursionistas que regresan al pueblo, van hablando animadamente, se les nota que disfrutan el paseo. Entre resuellos esbozo algo que se parece a un saludo y continuo. A medida que voy ascendiendo las panorámicas son más espectaculares hasta que la pendiente va dulcificándose cuando aparece Moclín ante mis ojos.
En lo alto un castillo medio en ruinas nos contempla, nos vigila por si nuestras intenciones no son honestas, a sus pies, bajo su custodia derrotada, se encuentra Moclín. Olivares ya ha desaparecido, pero hasta este recodo me ha acompañado a lo lejos, empequeñeciéndose a medida que iba ganando altura por el camino tortuoso.
Llego a nuestra meta, la casa rural “El Higueral” en la entrada del pueblo y encuentro a Marcelino que me enseña las dependencias donde nos vamos a alojar. Desde la terraza donde estoy puedo contemplar la piscina que ha sido el motivo de nuestra elección. Simone se lo merece. Cuida de mí y yo cuido de ella, es una ley del camino, mirar por el compañero. El alojamiento es acogedor, una sala de estar con cocina, un baño espacioso en la planta baja y dos habitaciones en el piso de arriba. Y a todo esto añade unas vistas espléndidas sobre el camino y los alrededores por los que he llegado subiendo como penitente de un viacrucis.

Cuando aparece Simone y se instala organizamos la colada, una máquina de lavar pone al día nuestra ropa que llevábamos algo atrasada desde Granada. Mientras yo voy a explorar las posibilidades de comer por la tarde en algún bar, y no hay que ser muy perspicaz para adivinar a dónde se dirige ella. La dejo con su bikini puesto camino de la piscina. Todavía estoy asombrado de que un peregrino lleve un bañador en su mochila en el mes de octubre, pero la mochila de Simone es como un sombrero de un prestidigitador del que extrae objetos increíbles e impensables.
A mi regreso tengo malas y buenas noticias, Simone sigue retozando en el agua, feliz y nunca mejor dicho como pez. Las malas noticias son que no hay posibilidad de comer en el bar, cierra a las tres y prácticamente cuando he llegado ya estaban en ello. La buena noticia es que a las cinco y media abre una tienda de comestibles que hay en la plaza del ayuntamiento. ¡Hoy toca cocinar!


La tarde es agradable, un sol de otoño calienta el ambiente y el entorno es idílico, el precio de este esfuerzo por llegar hasta aquí, me lo cobro sentándome en la terraza a escribir, con un perro y un gato que me rondan mientras el tiempo sigue su curso. Los días pasan y en el camino el tiempo es una sensación vaporosa que se queda adherida a la piel, la consciencia va reteniendo los momentos que vives, igual que si llevaras una cámara oculta en el cerebro y todo se va grabando en un disco duro que no tiene opción de borrado.
Como un barco que se aleja del puerto, quedan atrás los primeros días de Almería, esos días blancos y luminosos por ríos sin agua, y como un barco que se acerca a su destino, los días para que toda esta magia llegue a su fin van trascurriendo imparables; sabes que esa ley del camino, de que no puedes retener nada de lo que has vivido, de que todo es provisional y fugaz, se va cumpliendo inexorablemente. Puede ser que este diario sea un intento de violar esa norma, de burlar ese destino, cruel y dulce a la vez, de fijar estos instantes que quisiera eternos. Un intento inútil, lo sé. Los caminos también mueren igual que sueños que se desvanecen y se pierden en el olvido.
Simone regresa de la piscina, creo que me está explicando que hay que ir a comprar comida y recoger la ropa tendida. ¡Tengo mucho que aprender de su sentido práctico de la vida!