Solitarios
En memoria de Gerard Olivé, hermano solitario fallecido en busca de sus sueños.
Gerard Olivé es una de las recientes víctimas del montañismo en solitario. A principios del mes de enero de 2025 se halló su cadáver en la cumbre del Aneto. En octubre de 2022, ya completó la misma actividad que pretendía llevar a cabo esta Nochevieja. «Bendita locura, que con su poder te lleva más allá de tus sueños y capacidades, y te transporta en un mundo con infinidad de posibilidades», escribió entonces adjuntando el vídeo de su experiencia.
Recorro los últimos metros que me separan de la cumbre. Cada paso es como un compás de una sinfonía imaginaria que llega a su apoteosis; el panorama se va aclarando en toda su amplitud, el blanco de este paisaje nevado se extiende a lo largo, cegador, de una pureza imposible. El silencio se siente incluso en el viento que azota mi rostro. La única parte de mí que se expone al frío.
Solitario en la cumbre, tomo posesión de toda esa belleza, de la inmensidad del cielo y la profundidad del espacio majestuoso. Un manto nevado cubre los caminos, la cima parece desconocida, otro mundo distinto del habitual. El Teix fue mi primera montaña conquistada en mi adolescencia, mi primera ascensión con nieve, mi referencia para una conexión con esta naturaleza elemental y cercana, casi desconocida. En esos tiempos, ir a la sierra de Tramuntana era una extravagancia, una locura de unos pocos.
Saboreo esta soledad, este silencio, esa sensación de que estás en la montaña y la montaña está en ti, como perdido en una naturaleza soñada, irreal. Nada te separa de una satisfacción plena y conquistada, una locura para muchos, una imprudencia según otros. Aunque tengo un grupo para mis salidas a la montaña, soy un solitario. Empecé solo, buscando caminos, explorando rutas, un mano a mano conmigo mismo, como una trapecista sin red, con solo tu prudencia, tu instinto y tus propios recursos.
En Mallorca se ha triplicado el número de rescates de montaña este pasado año, doscientas treinta y tres intervenciones, y este crecimiento solo se comprende cuando supones que los “montañeros” no se toma en serio a la montaña. Cuando ese desafío se vive como una trivialidad, como si se tratara de ir a tomar un aperitivo en una terraza de un bar. La primera norma del montañero solitario es respetar esa naturaleza difícil, salvaje, agreste, imprevisible.
Emilio Alonso Sarmiento es uno de los montañeros más completos que he conocido en Mallorca. Lo recuerdo de los años en la Facultad de Filosofía y Letras, unido indisolublemente a su pipa. Luego he seguido y me he inspirado en sus rutas, “Mis días de montaña”, donde reflexiona acerca del sexto y el séptimo sentido a partir de unas declaraciones en una entrevista con Kurt Diemberger, en el aniversario de la muerte de su compañera Julie Tullis, que perdió su vida en esa ascensión al K2. Su respuesta es un manual para quien quiera atreverse en solitario. “Nudo infinito” es el testimonio de esa tragedia, un relato estremecedor.
¿Qué es el séptimo sentido?
El séptimo sentido es un elemento muy importante, cada persona lo tiene pero muchos no lo saben. Aparece cuando alguien debe llevar a cabo una cosa y se debate entre hacerla o no. El botón que activa la acción está en tu cabeza y en tu corazón. Quieres hacerlo y necesitas decidirlo en ese momento, hay una frase muy famosa del poema Resignación, de Friedrich Schiller, que viene a decir que los instantes que no has aprovechado dentro de un minuto, ninguna eternidad te los va a devolver. Por tanto, debes hacer las cosas ahora. "Julie fue mi compañera, teníamos el mismo corazón y la misma cabeza"
Entonces, ¿el séptimo sentido es el empuje? ¿La decisión? Es ir hacia adelante y hacer las cosas, ese es el séptimo sentido. Pero es muy importante no olvidar el sexto sentido, que es la intuición que se suele oponer al anterior. Cuando estás casi en la cumbre, el séptimo sentido te dice que tires para arriba, aunque haya posibilidades de que se desate una tormenta. El sexto sentido te dice que no avances. Son situaciones muy difíciles. El séptimo es la fuerza de la vida y el sexto la conservación que te advierte de que pienses bien.
En solitario tienes que recurrir frecuentemente a este mecanismo mental, frenar o acelerar, y solo tu instinto o tu experiencia puede decidir qué registro quieres activar. A menudo es la prudencia, pero en ocasiones es el “ahora o nunca”. Es cuando una confusión de sensaciones te asaltan y tienes que poner orden en tu mente a esa oleada de pensamientos que te abruman y al miedo que siempre paraliza.
Normalmente, nos arrepentimos de lo que no hemos hecho en su momento. El solitario se debate en esta encrucijada: seguir o renunciar. Victoria o derrota. Tomamos precauciones, todas las que recomiendan los organismos oficiales para estos casos; no somos unos irresponsables que juegan como niños con la muerte. Cuando voy en solitario activo un programa de localización, nunca se sabe lo que te depara la montaña. Cualquier traspiés, una simple caída, acaba contigo, y reza por tener cobertura para pedir que te rescaten.
Mientras tanto sigo disfrutando de esa nada que es la soledad en esta cima. Tengo que empezar mi descenso. El viento, frío y desapacible, me invita a desalojar esta cumbre que coroné por primera vez en mil novecientos sesenta y seis. Mi primer contacto con esa naturaleza indómita, tenía trece años. Pero ahora el sexto sentido me dice que tengo que comenzar mi descenso; si sigo aquí el viento irá mermando mis percepciones. Conozco esta sensación en la que pierdes la orientación, te desnortas, el frío te bloquea, cada movimiento es un tormento. No puedes quitarte los guantes, las manos quedan paralizadas; literalmente, no puedes sentir nada, bajo la piel tienes agujas que te perforan los sentidos. Muy a mi pesar, busco en la blancura de la nieve el posible camino que baja hasta el “Pla de la Mala Garba”. Allí se encuentra el “botador”, una escalera que ayuda a superar una de las paredes que ponen límite a esa partición de la montaña. En ese rincón resguardado voy a disfrutar de un respiro.
Me reservo un minuto para gozar de estas panorámicas que se extienden en la lejanía, solo unos instantes para poseer el fugaz paisaje que se presenta frente a mí. Lo grabo en la memoria, en mi propio ADN. No me siento un ser solitario en un entorno adverso, estoy en perfecta comunión con lo que me rodea, somos un todo, una armonía sin estridencias, una misma realidad que se prolonga en los sentidos.
Emprendo el descenso, ya tengo mi premio, me siento satisfecho, no pido más, el esfuerzo tiene su recompensa. Extremo las precauciones, hay placas de nieve que son pistas de patinaje, busco los tramos que no parecen tener esas trampas que pueden acabar contigo. El único sonido que hay ahora que el viento no se hace notar, es el “crac-crac” de mis pasos; el resto es un vacío, una lentitud densa y compacta, como si el tiempo se ralentizara y cada minuto fuese una quietud olvidada tras de mí. Dejo mis pisadas en la nieve, son un testimonio de mi presencia, ¡ojalá pudiera pasar sobre ella sin hacerme notar! Quedan como una constancia de mi atrevimiento en ese paisaje virgen, pero esas huellas desaparecerán dentro de poco. Una tenue nevada sigue cayendo; dentro de unos instantes nadie sabrá que he estado aquí, mi paso en este llano será un recuerdo sin pruebas visibles.
El Teix no es el Everest, pero los sentimientos que te impulsan a subir y a alcanzar la cumbre, en condiciones desfavorables, son los mismos. Responder a un reto, en solitario, atesorar el logro de vencerte a ti mismo, derrotar tus miedos, comprobar hasta dónde llegan tus límites. Asumes el precio que puede cobrar tu audacia. Desafías las normas, la prudencia establecida y el decoro. Por eso la recompensa es una satisfacción contigo mismo, algo que no siempre encuentras en tu vida de cada día.
Supongo, que es atavismo primitivo, creer que la montaña, los bosques, las rocas, el cielo y el mar tienen alma. Estar convencido de que son seres vivos que te contemplan, te acompañan y vigilan. A esa vivencia se le denomina “animismo”, una de las religiones más antiguas en las culturas más ancestrales. Posiblemente, mi contacto con la montaña, con los bosques y con toda esta naturaleza que resiste y sobrevive me ha hecho retroceder y convertirme en alguien que viaja en el tiempo al pasado. No hay que razonar, hay que sentir, abrir tus percepciones a todo lo que te rodea, no poner obstáculos a ese devenir que te sobrecoge. Y solo en solitario es posible. No hay distracciones y la comunión es total.
En 1953, tuvo lugar la ascensión en solitario de Hemann Buhl al Nanga Parbat. Se trata de un episodio que forma parte de las grandes historias épicas del himalayismo. En su relato, “Del Tirol al Nanga Parbat”, hay un testimonio con el que me siento totalmente identificado cuando dice:
“En estas horas de máxima tensión se apodera de mí una sensación extraña. ¡Ya no estoy solo! Hay ahí un compañero que me protege, observa, asegura. Sé que es un dislate, pero la sensación persiste…”
Al final el solitario no es tal, está acompañado. Protegido y tutelado. Salir en soledad es un acto de confianza, primero contigo mismo, y luego con ese entorno en el que te disuelves como una parte más de un todo. Hay un riesgo, como siempre, porque la vida es un riesgo que hay que asumir y no preservar inútilmente, como una esterilidad sin sentido.
He logrado llegar hasta el paso, la escalera tras la cual puedo encontrar un momento de reposo; atrás queda el descenso por esa ladera que se extiende como un desierto blanco. Necesito un descanso, tengo un termo con café en la mochila, mi recompensa por todo lo que he pasado. Y mientras sorbo mi café, llegan a mis oídos gritos y voces de gente.
Un grupo de adolescentes, impetuosos y agresivos, se dirigen por la senda que acede hasta donde me encuentro, caminan con decisión y llegan hasta mí en un suspiro; contagian su energía, sus voces rompen mi burbuja de soledad en la que me mantengo en paz, mi puente se desmorona; me roban mi más preciado tesoro, esta soledad de la que he disfrutado hasta ahora, como un don inmerecido. Nos saludamos y no puedo por menos que pensar que, tal vez como yo hace una eternidad, lleven a cabo su primera ascensión a esta cima.
Si os interesa, podéis leer mi primera reseña en catalán, en el blog de nuestro grupo “Trescam els dijous”.
¡Muy bueno Miguel!
Un texto muy bello. Enhorabuena.
Como senderista solitario habitual, me siento identificado. Y aunque ir acompañado tiene también sus ventajas, las sensaciones que se experimentan al estar en soledad en la cima de una montaña o en medio de un bosque, solo se pueden entender si las has vivido.